Segundo, se abrazó al banco como un naúfrago en el paseo, esperando que el vértigo le pasara de largo. Después de más de cincuenta años, aún sentía mariposas en el estómago cada vez que Ramona se sacudía las migas de la falda, en todos estos años nunca había recuperado la compostura para acercarse a ella antes de que terminase el pan para las palomas. Aunque a Segundo, su sola presencia, bien le valían cincuenta años de naufragios sobre aquel banco. Fotografía Leticia Acosta, Texto Paula Toral

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