Como un peso muerto se hundió en el mar, buscó el fondo con la determinación de la primera vez. Al contactar con el limo y la arena lo supo, un motor no la arrastraría al cielo, no volvería a nadar…. a volar. Había llegado a su destino final. Las aguas, cual espejo reflejaban bajas terrazas de algodón, sólo un lento ir y venir, un chapoteo que sacude la cadena que la hiende. Los ojos del viejo marino se aseguraron de que nada volvería a moverla y luego subió al pequeño bote apartándose de la vieja barcaza. Fotografía, Alec Seeger Texto, Claudio Acosta